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Solidaridad con los restaurantes

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En estos días leí el testimonio de un dueño de varios restaurantes en Bogotá, que emplea a 280 personas, y que publicó en sus redes lo siguiente: “Entre quebrarme o salvar la vida de mis empleados, la mía y la de mis clientes, escojo quebrarme. Con salud y ganas reconstruiremos lo que sea. Nadie quiere perder un hijo (a), un hermano (a), un papá, una mamá”.
Me conmovió porque, entre muchos otros sectores que ya se ven –y se van a ver– hondamente afectados con esta crisis, el de la restauración (restaurantes y bares) pasa –y va a pasar– por una de sus peores épocas.
Por cuenta de la ausencia de clientes y por una obvia, y hasta ahora casi obligatoria, prevención sanitaria, la gran mayoría de locales ya cerraron y eso significa una cadena de calamidades.
Los primeros afectados son los grandes y pequeños proveedores, que tendrán que ingeniárselas para poder ubicar los alimentos, ya sea en las grandes superficies o en pequeños supermercados. Igual, comida es lo que ahora se necesita.
Los segundos afectados serán los meseros (as), cocineros (as), aseadores (as), porteros (as), bartenders y ayudantes de cocina, entre otros. Algunos, con suerte, recibirán sus sueldos hasta cuando la pita aguante. Eso sí, no van a recibir propinas, porque no las hay, y ese resulta ser un buen porcentaje de sus ingresos. Otros, con menor suerte, perderán sus trabajos.
Los terceros y más afectados serán los propietarios de los restaurantes quienes, con los cierres indefinidos, tendrán que seguir pagando nóminas, insisto, hasta que la pita aguante. Mientras tanto, tendrán que pagar los arriendos de sus locales. ¿Pero cómo lo harán si este es un negocio que depende estrictamente del flujo de caja? El problema es que, cuando a ellos se les acaben los ahorros de esa caja, buscarán préstamos y, luego, acudirán a sus patrimonios.
Así las cosas, el panorama, como el de tantos otros sectores, es complicado. Desde ya el gremio está pidiendo ayudas estatales –y bancarias, sobre todo bancarias– para no cerrar del todo.
Mientras tanto, algunos intentarán sobrevivir con los domicilios. Sin embargo, según la experiencia europea, tarde o temprano los prohibirán. De ahí en adelante, será muy complicado recuperar la clientela, que depende de la recuperación económica (porque ir a un restaurante en este país es un lujo) y de la confianza.
Con todo, es importantísimo que los arrendadores se pongan la mano en el corazón, que la hacienda les corra unos meses la obligación tributaria y que los bancos les presten con créditos muy blandos. De otra manera, muy pocos sobrevivirán.
Esta columna siempre recomienda dónde comer, y es por eso que hoy les expreso toda mi solidaridad a los restauranteros y a toda esa gente que nos ha hecho felices cuando nos comemos un plato rico y bien servido.
De esta nos levantamos todos. Pero tenemos que hacernos pasito.
MAURICIO SILVA GUZMÁN
REVISTA DONJUAN - EDICIÓN 157
Esta columna hace parte de la edición especial de DONJUAN sobre la epidemia de Covid-19. Circula desde el 26 de marzo.
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