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Historias

Entrevista con el médico e infectólogo Otto A. Sussmann sobre el Covid-19

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Esta crónica hace parte de la edición especial sobre la pandemia del virus SARS-CoV-2 que será publicada en la edición 157 de DONJUAN el 26 de marzo de 2020.
La compasión es humana. Lo ha demostrado la historia y ha sido retratado por la literatura. El inicio de El Decamerón, de Giovanni Boccaccio, narra cómo la peste que golpeó a Florencia en 1348 cobró la vida de más de veinte millones de europeos, pero evidenció que la compasión que el ser humano es capaz de sentir por otros suele ser la respuesta en tiempos de pánico y desconcierto.
Sussmann lo sabe. Es hijo de un filólogo alemán que llegó a Colombia de la mano de una misión de la Universidad Alemana durante 1938 y que fue profesor en las universidades del Cauca y de Nariño. Él, fanático desde pequeño por los microorganismos, estudió Microbiología en la Universidad de los Andes y durante su séptimo semestre comenzó Medicina en la Universidad Nacional de Colombia. No tardó en vincularse a la Unidad de Patología Infecciosa del extinto Hospital San Juan de Dios, dirigido por el doctor Jaime Saravia, uno de los decanos de la infectología en Colombia. En la década de 1980 estudió el VIH y hoy es uno de los líderes nacionales en la investigación de ese virus. Entendió que las palabras tienen poder en medio de la pandemia y que términos como como “¡Alerta!”, “¡Más muertos!” o “El apocalipsis” solo generan terror. Frente a eso, lo importante es la calma y la responsabilidad.
El médico, microbiólogo y experto en infectología Otto A. Sussmann P. Foto: Héctor Fabio Zamora
Además de sus investigaciones, Sussmann fue docente en la Universidad Nacional, de la Universidad Javeriana y de la Universidad del Rosario, donde participó en el diseño del programa de enfermedades infecciosas. Luego se vinculó con la Clínica Marly, Clínica Nueva, Clínica Palermo y la Clínica Universitaria La Sabana, en donde es asesor de comité de dos unidades de atención de enfermedades infecciosas, una de ellas dedicada a personas con VIH y la otra a infectología en general. Además, es miembro y expresidente de la Asociación Colombiana de Infectología y miembro del comité de VIH de la Asociación. Una voz que puede hablar de la epidemia del COVID-19 desde la ciencia y el manejo social.
El COVID-19 ha revivido viejos fantasmas como la gripe española y la peste bubónica.
Claro, si vemos el momento de la gripe española, esta se dio durante la posguerra, con un pueblo sumido en la pobreza: las condiciones de salubridad eran catastróficas y los países estaban aislados. Hace poco, alguien hizo una simulación de lo que habría sido la gripe española en tiempos de globalización y llegó a la conclusión de que probablemente la habríamos podido controlar. Pero si miramos el cólera, la peste bubónica que arrasó Europa, las pestes romanas y egipcias que diezmaron poblaciones completas, eran otros tiempos. No hay que comparar.
Pero cuando la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró al COVID-19 como pandemia, todo el mundo se alarmó.
El virus aparece en una región específica de la República Popular China, por las condiciones ambientales, culturales o de salubridad de muchos de los mercados chinos, como ellos lo han reconocido recientemente. Independiente de eso, el virus surge probablemente de una combinación de virus de murciélagos y serpientes con una capacidad de adaptación al ser humano. Los chinos establecen un cinturón geográfico para contenerlo, pero, desafortunadamente, algunas personas ya habían salido y otras abandonaron el cinturón, pese a las recomendaciones. Alguna vez un investigador, haciendo una homología entre las enfermedades respiratorias como la influenza, que se transmite a través de aves, dijo que estas infecciones se iban a transmitir en pájaros de acero. Y eso fue lo que ocurrió: la globalización incluye las infecciones. Cuando este virus empieza a llegar a los diferentes países, rompiendo el cinturón geográfico chino, es cuando la OMS dice: esto es una pandemia. ¿Por qué? Porque se ha diseminado a muchas naciones. Estamos hablando de una pandemia porque está prácticamente en todos los rincones del globo.
En Alemania, por ejemplo, hay una mortalidad del 0,3 %, mientras que Italia está en el 7,9 %. ¿Por qué las diferencias?
La diferencia es cultural. La dinámica de las infecciones puede ser diferente para cada país. El alemán, por definición, y lo digo desde la experiencia, es una persona estricta, que obedece las normas; los latinos somos diferentes. No es una regla general, pero en los casos de Italia y España se ha visto un comportamiento contrario a las recomendaciones. Los italianos y los españoles, como nosotros, son festivos: abrazan, besan, las muestras afectivas son constantes, contrario a los tudescos. Pero, también hay que ver que Italia es una población longeva. Los factores socioculturales, demográficos y ambientales pesan tanto en la diseminación de las epidemias como en las tasas de mortalidad.
Esta entrevista hace parte de la edición 157 de DONJUAN sobre la pandemia del coronavirus. Circula desde el 27 de marzo. 
¿Eso dónde nos deja parados a los colombianos?
Hay varias cosas por decir, desde mi perspectiva. Hasta ahora [la entrevista se hizo el 18 de marzo, cuando había 97 casos en el país] el trabajo que ha hecho el Ministerio de Salud es bueno: por fases, con orden y, sobre todo, con prudencia. De cierta forma, estamos preparados y se está recuperando mucho de la experiencia con la influenza. Segundo, lo que más me preocupa es el pánico colectivo. ¡Ojo! No estoy minimizando el COVID-19. Sí, estamos frente a una pandemia, pero los llamados a controlarla pandemia somos nosotros mismos. ¿Quiénes? Todos los seres humanos. Lo que se pretende con todas estas medidas es lograr la fase de contención, disminuir la probabilidad de que los seres que no estamos infectados nos encontremos con el virus y enfermemos. Por eso, todo lo que se haga para minimizar el contacto –evitar las aglomeraciones, bares, restaurantes, iglesias de toda índole– es necesario.
¿Es realmente efectivo el aislamiento?
La separación social es vital porque, como los latinoamericanos somos cercanos y afectivos, desde un punto de vista teórico, compartimos los gérmenes. El aislamiento social voluntario es necesario porque evita que nos encontremos con el COVID-19. Es decir: no hay que perder las relaciones, pero ahora esas relaciones tienen que ser distantes. Las infecciones se transmiten cuando estamos a un metro, o menos, de la persona que es portadora, cuando hablamos o tosemos estamos eliminando virus. Aunque estamos en pandemia de COVID-19, esto es igual para todas las enfermedades respiratorias. Esto es de siempre y para siempre: es obligatorio lavarse las manos constantemente y la cara para disminuir la cantidad de gérmenes presentes en nuestra piel. Y, si tenemos síntomas respiratorios, utilizar tapabocas.
¿Por qué este virus se transmite tan rápido?
Lo primero es que el COVID-19 es una infección de transmisión respiratoria. No sabemos, ni creo que lo vayamos a saber, a menos que tengamos la posibilidad de hacer un estudio de campo amplio, qué porcentaje de personas puedan quedar como portadores asintomáticos. ¿Quiénes tienen la mayor probabilidad de transmitir el virus? Las personas sintomáticas con tos y fiebre, que tienen una carga viral más alta y, por lo tanto, una posibilidad de transmisión mayor. Las personas infectadas pueden transmitir el virus a entre dos y media y tres personas más. Comparado con la influenza, que es uno a uno, este es un virus muy contagioso. Ahora, de las personas que se enferman o que se van a enfermar, el 80 por ciento van a tener una enfermedad leve, que se puede manejar en casa. Del 20 por ciento restante, el 15 puede presentar un cuadro más severo que requiera hospitalización, y el 5 puede terminar en una Unidad de Cuidado Intensivo (UCI). Las tasas de mortalidad varían dependiendo de la edad.
Pero esas tasas no dejan de ser preocupantes…
Gracias a la información compilada del caso chino, los menores de cuarenta años prácticamente no presentan mortalidad, sobre todo los menores de quince. A partir de los cuarenta empieza a aumentar la tasa, siendo los realmente afectados los mayores de ochenta años, en donde la mortalidad asciende al 3 o al 3,5 por ciento. Hay muchos datos acerca del COVID-19 y gracias a todos los análisis que hacen los epidemiólogos, la cifra real de mortalidad puede estar en el 1,4 por ciento. Este es un valor mucho más bajo que el valor para influenza o el SRAS. En ese sentido, el impacto final va a ser en salud pública porque estamos congestionando el sistema de salud con un gran número de pacientes enfermos. Si las personas acatamos las recomendaciones, si los que no están graves se quedan en casa, hacen uso del tapabocas, el jabón y el aislamiento, y utilizan los servicios domiciliarios –que, sí, están saturados, pero están respondiendo– vamos a mitigar la curva ascendente. El dato de hoy, que mañana cambiará, es que el promedio de atención domiciliaria está entre seis y ocho horas. No sabemos si este será un virus que se quede con nosotros, un virus endémico, pero podemos aplacar el número de contagios.
He leído que las personas no mueren por COVID-19, sino con COVID-19. Es decir, este virus complica otras afecciones, más no es letal por sí mismo.
Sí. La mortalidad se ha asociado en adultos mayores que presentan comorbilidades cardiacas y pulmonares. Si bien es cierto que el virus puede producir neumonía, esta no es una característica única del COVID-19; muchas enfermedades virales y respiratorias pueden sobreinfectarse con enfermedades bacterianas, y el hecho de que exista una infección que genera una respuesta en el organismo puede hacer que otros órganos se vean afectados. Es una simbiosis en la que varias complicaciones trabajan para lo mismo. El mensaje de que las personas mayores de sesenta años se aíslen en casa tiene mucho sentido.
Hay quienes están acaparando el gel antibacterial y los tapabocas, dejando a muchos sin siquiera uno para usar.
Es pánico colectivo. Ha habido de todo en los medios de comunicación. Desde noticias alarmantes y otras responsables. En mi opinión, en las últimas semanas se ha tratado mejor la información, pero si a la gente le dicen: “Ayer teníamos veinte casos y hoy tenemos cincuenta”, se muere del susto.
¿Qué recomendación hay para personas que empiezan a presentar síntomas como tos seca, cansancio o una gripa sospechosa?
Se recomienda tomar líquidos, aislamiento por medio del tapabocas y la limpieza de superficies. No hay un tiempo definido pero cada dos o tres horas es recomendable limpiar. ¿Con qué? Con una solución jabonosa. El virus es bastante sensible a la mayoría de sustancias antisépticas y los jabones que usamos.
En algunas redes sociales se dice que el ibuprofeno puede ser peligroso. ¿Es verdad?
Han salido algunos documentos que dicen que las personas que toman Ibuprofeno pueden presentar complicaciones y una tasa de mortalidad más alta, pero no hay una verdad comprobada sobre esto.
¿Y qué deben hacer los cuidadores de las personas que permanecen aisladas?
No hay ninguna medida que tenga más impacto en el control de infecciones, sea cual sea, que el lavado de manos. Uno de los programas líderes de las instituciones de salud se llama “lavado de manos”. La OMS nos pide constantemente que trabajemos en eso y no hay ninguna medida que tenga más impacto, ni las vacunas ni los antibióticos. Hay que lavarse las manos a toda hora. El cuidador debe lavar muy bien los alimentos, mantener una dieta sana él y el paciente, a pesar de que cuando estamos enfermos nos da inapetencia hay que comer muy bien. Toca ayudar al sistema inmunológico. El secreto del cuidado del hogar es aislamiento con tapabocas, lavarse las manos y limpiar las superficies.
Hay una consigna que se tomó las redes sociales: “El aislamiento es un privilegio de clase”. Es decir, hay trabajadores informales que, simplemente, no pueden quedarse tanto tiempo sin trabajar.
Hay un punto en el que insisto: acá hay un tema de solidaridad. Mi hija me preguntaba que qué íbamos a hacer con los vendedores ambulantes de su universidad; creo que están haciendo colectas para que estas personas no se queden sin ingresos. Los que tenemos privilegio y tenemos mejores condiciones tenemos que ser solidarios y compasivos. ¿Cómo? No sé, no te puedo dar el método porque en países como Colombia los fondos comunes ya sabemos a dónde van a parar. Pero, pienso que debemos asumir una responsabilidad social con las personas que, desafortunadamente, viven del día a día. Mi mensaje final es que esta epidemia ha puesto en evidencia la vulnerabilidad del ser humano desde lo físico hasta lo social. El COVID-19 nos hace un llamado a retomar hábitos muchas veces olvidados: un estilo de vida saludable, a pensar en los otros seres humanos, la responsabilidad social y, sobre todo, la compasión y la solidaridad.
NICOLÁS ROCHA CORTÉS
FOTOS: HÉCTOR FABIO ZAMORA
REVISTA DONJUAN
EDICIÓN 157 - MARZO 2019
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